Transformando Promesas en Impactos: La Fuerza de las Certificaciones Sostenibles


* Por Vanda Nunes, Regional Manager LATAM en SGS

Mientras la sostenibilidad deja de ser un diferencial de marketing, los programas estructurados de certificación y aseguramiento ESG demuestran que es posible transformar compromisos en resultados concretos, medibles y auditables. La presión ha aumentado, y con ella la necesidad de herramientas que aporten transparencia y credibilidad a los compromisos asumidos en la Agenda 2030, el Acuerdo de París y otras iniciativas globales. No basta con declararse “sostenible” o “responsable”: inversores, reguladores y la sociedad quieren ver resultados reales, como quien revisa la factura de sus compras o el extracto de su cuenta bancaria.

La presión regulatoria y del mercado ha impulsado un aumento significativo en la demanda de certificaciones verdes en Colombia y la región. Empresas de sectores clave como energía, agroindustria, construcción, industria manufacturera y financiero buscan en la certificación no solo legitimidad, sino también acceso a capital, resiliencia y competitividad en mercados internacionales cada vez más exigentes.

Los sectores de energía y combustibles fósiles, por ejemplo, tienen la responsabilidad de reducir drásticamente sus emisiones sin comprometer la seguridad energética. La industria farmacéutica y de la salud enfrenta cada vez más exigencias para demostrar cadenas de suministro sostenibles. Por su parte, la economía circular emerge como un pilar indispensable para transformar los modelos de consumo, requiriendo métricas sólidas que demuestren avances reales.

Las certificaciones ESG funcionan como un “sello de confianza” que indica si una empresa realmente cumple lo que promete en términos ambientales, sociales y de gobernanza. Se sustentan en auditorías independientes, realizadas por expertos que verifican datos, procesos y resultados. Por ejemplo, el GHG Protocol ayuda a medir con precisión las emisiones de gases de efecto invernadero; la ISO 14001 organiza la gestión ambiental de manera sistemática; y la ISO 45001 garantiza que las prácticas de salud y seguridad laboral estén alineadas con estándares reconocidos internacionalmente.

Existen también certificaciones estratégicas para sectores específicos, como Bonsucro, que verifica la producción sostenible de azúcar y etanol, y EDGE, que certifica eficiencia energética y construcciones verdes. Estas certificaciones no solo fortalecen la credibilidad de la empresa, sino que también abren puertas a mercados internacionales que exigen altos estándares de sostenibilidad.

El problema, en mi opinión, es que muchas empresas aún cometen errores al comunicar sus compromisos ESG sin contar con certificaciones verificables. Entre los más comunes está el greenwashing, donde las compañías se presentan como ambientalmente responsables sin cumplir criterios sólidos de sostenibilidad. Afortunadamente, ya existen iniciativas que enfrentan el greenwashing, garantizando claridad en la información y evidenciando resultados concretos. Mediante la verificación de datos, la certificación de prácticas y la auditoría de reportes, se asegura que los compromisos ESG se traduzcan en efectos medibles, reforzando la credibilidad frente a inversores, consumidores y reguladores.

También hay casos de empresas que ignoran estándares internacionales reconocidos, comunican iniciativas aisladas sin conexión con la estrategia corporativa y destacan solo resultados positivos, omitiendo desafíos y fallas operativas o de gestión. Estos deslices minan la credibilidad y aumentan el escepticismo de inversores, clientes y reguladores.

Frente a este escenario, es cada vez más importante reforzar el impacto positivo de las certificaciones: además de que los procesos auditables ayudan a combatir el greenwashing al exigir evidencia e información transparente, generan confianza en stakeholders estratégicos, desde clientes internacionales hasta bancos y fondos de inversión que incorporan criterios ESG en sus análisis de riesgo. Grandes empresas como Natura y Raízen ya demuestran en la práctica cómo la certificación refuerza la credibilidad corporativa y abre puertas en mercados altamente regulados, como Europa y Norteamérica.

Evidentemente, los desafíos existen. En el sector energético, integrar nuevas métricas a operaciones consolidadas implica inversión y adaptación regulatoria. En la agroindustria, la trazabilidad de la cadena y las condiciones laborales son factores críticos. En la construcción, el reto es superar resistencias culturales y asumir costos iniciales más altos. Sin embargo, los beneficios superan estas barreras, especialmente en un contexto de transición energética, bioeconomía y mayor escrutinio global.

En los próximos cinco años, los especialistas prevén un endurecimiento regulatorio, mayor estandarización de métricas globales y creciente presión por reportes auditados, con enfoque no solo en carbono, sino también en biodiversidad, economía circular y soluciones basadas en la naturaleza. América Latina tiene una oportunidad única: consolidarse como proveedora estratégica de materias primas certificadas, bioenergía renovable y producción agroalimentaria sostenible para el mundo.

Podemos afirmar que la certificación ESG va mucho más allá de un diferencial de reputación: es la prueba de que una empresa realmente cumple lo que promete. Es el camino para transformar compromisos en acciones concretas, resultados medibles y verificables, que generan confianza en clientes, inversores y toda la sociedad. Al final, operar de manera transparente y responsable no es solo una exigencia del mercado global, sino la base para construir negocios competitivos y verdaderamente sostenibles.


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